El Sofá


Tímidos en el  sofá nos mirábamos sonrojados, me acerque un poco más a ti para sentir tu calidez, me rodeaste con tu fuerte brazo,  coloque mi cabeza sobre tu hombro, que agradable era tu aroma. Comenzaste a susurrarme palabras bonitas en el oído, me sonroje  mas y mi corazón comenzó a latir más deprisa. Quería estar más cerca de ti, entonces me senté en tu regazo, me envolviste en uno de tus profundos abrazos, mi mejilla se encontró pronto con la tuya, me hubiera gustado que el tiempo se hubiera detenido en aquel momento , me sentía tan feliz a tu lado. Cerré mis ojos, fue entonces cuando nuestros labios se encontraron, que tibios y suaves eran los tuyos, todo mi cuerpo se estremeció con aquel beso, era como si una energía misteriosa tocara cada fibra de mi piel y corriera por mis venas. Sonreíste entonces mientras acariciabas mi rostro con tus dedos, deseaba besarte de nuevo entonces busque tus labios y la sensación fue más placentera. Me  sentía embriagada de ti, de tus caricias, de  tus abrazos, de tus palabras y de tus besos que me hacían sentir viva y a la vez atontada bajo el encanto de aquella noche silenciosa en el Sofá.




Narcovenosis



Sentí un frio que erizo mi piel. La aguja penetraba mis venas. Un líquido viscoso comenzó a correr por mi  sangre. Todo mi brazo se adormecía. Pronto mi ser consiente se desvaneció y caí en un  letargo absurdo provocado por la droga. ¿Cuánto tiempo estuve así? No lo sé. Solo recuerdo que al despertar me encontraba en una cama. Una habitación blanca, cuatro paredes, una sola ventana. ¿Un hospital acaso? No, era algo más que eso.

Hice un paneo con la mirada. Intenté mover las extremidades y no pude. Intente hablar y no me salía la voz. La boca no se movía, ni las manos, ni los pies. Solo mis ojos se movían, solo eso. ¿Qué me había pasado? Intente recordar, pero solo se venía a mi mente la imagen de la aguja punzándome. Que terrible pesadilla era esta, ¿cómo había llegado aquí?

Comencé a desesperarme, intentaba moverme bruscamente pero nada, mi cuerpo seguía congelado a causa de la sustancia que fluía por mis venas. Empecé a perder el conocimiento de nuevo, me faltaba el aire. De pronto entraron unos señores de bata blanca, los veía ya borrosos. Me sentía como borracha, mareada, con nauseas en el estomago y un dolor punzante en el pecho. Fue cuando cerré los  ojos y atravesé una gran luz. De repente todo se torno oscuro ¿Sería acaso  esta mi muerte?

Me encontraba en el silencio de la nada, mi espíritu vagaba en un abismo sin fin donde no sentía temor, ni hambre, ni sueño, ni esperanza alguna. La oscuridad ya no me asustaba, que confortable era ese lugar donde no existía el dolor. Divagaba en mis pensamientos cuando escuché de repente un ruido aturdidor. Una descarga eléctrica hizo saltar mi corazón, lo hizo latir de nuevo, se había parado por una fracción de segundos sin darme cuenta. Abrí los ojos, la luz del quirófano era cegadora, el sonido del osciloscopio aterrador y los cables en mi pecho incontables.


¿Podemos morir y seguir vivos al mismo tiempo? Sí, mientras nuestro espíritu siga aferrado a nuestro cuerpo, mientras nuestro corazón tenga ganas de seguir latiendo. Han pasado ya algunos días, aun sigo postrada en la cama pero mis órganos han empezado a reaccionar. Los aparatos siguen conectados a mí, la droga de mis venas ha sido eliminada, ¿podré volver a ser la misma de antes?  

El Sueño


Dormía en un profundo sueño. Se encontraba en un lugar del cual no quería despertar. Un sitio lleno de expectativas que le asombraban. Una ciudad donde no lloraba, ni sufría, ni pasaba hambre. Un mundo en el que no era un ser insignificante tirado en la acera de una calle.

 A sí era el sueño de Pablo. Lleno de árboles y flores, que despedían agradables olores. Siempre había sido libre, pero allí sentía que no era juzgado por la sociedad. Lo mejor de todo es que estaba su madre, ese rostro cariñoso y sonriente que recordaba de niño. En el sueño estaba viva para él, tan viva que la podía abrazar. Parecía tan real que llegó a sentirla en su pecho, sintió sus manos y su dulce caria maternal. Escucho su voz que le decía “todo va a estar bien”. Pero él sabía que todo acabaría muy pronto. De repente una luminosidad lo inundó todo, había llegado la hora.

Comenzó a sentir como los rayos del sol le quemaban de frente la cara. Inclino su cuerpo hacia la izquierda y sintió el duro pavimento en sus costillas. No tenía la cobija, alguien se la había robado. Tenía el estómago revuelo, no había comido decentemente desde hace dos días. Sintió su propio olor y el de los otros vagabundos, ¡oh! como le repugnaba. Intento levantarse pero no tenía fuerzas. Ya nada le importaba. Su mera existencia era insignificante para el mundo. ¿Cómo he caído tan bajo? se preguntaba todo el tiempo. Una solo palabra. Drogas. Estaba perdido por ellas y a la vez maldito.

Cuéntame un Cuento




-¡Mami, mami cuéntame un cuento!- le dijo una noche una pequeña a su madre.
- No te gustaría mejor que entráramos en el cuento princesita, con nuestra imaginación- le respondió tiernamente su madre.
- ¡si, si!- respondió emocionada la niña
- ¿A que cuento te gustaría ir mi amor?- pregunto la madre





- A uno alejado de la realidad en que vivimos, donde no hallan muertes ni asesinatos, donde no hallan niños muriéndose de hambre. Quiero verlos felices, corriendo y jugando conmigo, un cuento en donde todas las personas se amen y respeten y compartan en constante alegría. Quiero ir a un cuento donde no hallan ogros malos que se roben a las princesas, un cuento donde los tiranos reyes no tengan esclavizado a su pueblo y las hadas repartan polvo de esperanza.-dijo la pequeña inspirada
-Claro mi vida allí es donde iremos, cierra tus ojitos y dame tu mano- dijo la madre mientras dos lagrimas corrían por su mejillas.

La Nota


Recolectaré en pequeños frascos tus lágrimas. Para que me mires sin confusión. Para que se vaya la incertidumbre de tu corazón. Para que vuelvas a sonreír y a cantar. Y para cuando nos volvamos a ver, la pared que nos separa, haya desaparecido.
Te mando un fuerte abrazo, tu chico que te adora

Felipe.

Cristina dobló la nota y la guardo en el bolsillo de su falda. Recorrió con su mirada todo el salón, a todos sus compañeros, preguntándose, ¿quién le había dejado el papelito en su pupitre? No recordaba haber conocido en el pasado a un chico con el nombre de Felípe.Su cabeza le daba vueltas. Tal vez se habían equivocado de puesto; quizás la nota no iba dirigida para ella; de pronto había sido una mala broma de una de sus compañeras.

El reloj marco las doce, todos salieron desesperados hacía la cafetería. A Cristina no le gustaban los tumultos, por eso traía desde su casa una lonchera. Cursaba octavo grado, era de pocos amigos, siempre se sentaba sola en el recreo. Con su voz tímida, y paso torpe, se acercó a Rebeca, la chica más chismosa y popular del colegio, y le pregunto si conocía algún Felipe.

-          Que me das a cambio si te digo, lenta- le exigió intimidándola.
-          No tengo nada que darte, solo mi almuerzo- y le acercó temblando su lonchera de tela.
-         ¡No!, no me interesa tu asquerosa comida.- y de una manotada se la tiró al piso- Un dato, por otro dato, así es como funciona.
-          Bien, ¡que quiere saber!- dijo alterada Cristina.
-          Háblame sobre el accidente que ocurrió en séptimo B, el año pasado.
-          No sé de qué me estás hablando, yo soy nueva en esta escuela.
-         Te estas burlando de mi Cristina Domínguez, o ese cerebro que tienes ya se te fundió. Si me habían dicho que ese accidente te había cambiado, pero no que te había dejado más tonta de lo que eres.

  En ese momento, intervino un chico alto y guapo en la conversación.

-          Ya, déjala en paz.
-       ¿Y tu quien rayos eres? Que porque tienes los ojos claros y  ese pinta de galán, me puedes decir que hacer. Aléjate imbécil, esto es entre ella y yo.
-          No puedo permitírtelo. Deja de insultar y tratar mal a mi novia.

Cuando dijo esas palabras, todos los chismosos que estaban observando la escena se asombraron y comenzaron murmurar. El chico, tomó de la mano a Cristina y se la llevó de allí. Cristina estaba más confundida que nunca, se sentía arrastrada por un joven desconocido que decía ser su novio. Pero ella quería llegar al fondo del asunto, así que se dejó llevar. Subieron hasta la terraza de la escuela; por algún motivo inexplicable para ella, sentía pánico cuando estaba en ese lugar. Se sentaron frente a frente. El chico la miraba dulcemente mientras le sonreía. Ella en cambio, se sentía como una gelatina, todo su cuerpo le temblaba, y estaba más sonrojada que nunca.

-          Tanto tiempo sin vernos, mi hermosa Cristina- y le dio un beso en la frente.

Confesiones de Una Adolescente (1972)


Mamá había enloquecido. Desde el día que le dije que no quería ser monja y que me quería casar con Julián, mi vecino, había entrado en depresión. Ya no quería comer, se la pasaba ayunando todo el día y cada vez la veía más flaca. Se encerraba a orar toda la tarde en su cuarto, frente al gran altar lleno de santos y cristos que había construido. 

Desde que era pequeña, mamá solía leerme todas las noches un versículo de la biblia. Cada mañana antes de ir al colegio, me levantaba temprano para rezar el rosario. En mi infancia nunca pude escuchar a los Beatles, mamá decía que sus canciones estaban llenas de mensajes subliminales que me podían contaminar el alma; yo era feliz cuando iba a la casa de Amanda, y me dejaba escuchar los discos de vinilo que le compraba su padre.

Pasé toda la primaria y parte de mi bachillerato en un colegio para señoritas, el Colegio de las hermanas Salesianas. La Directora era una monja bajita, de rostro serio que me daba un poco de miedo. Nunca tuve contactos con niños hasta el verano del 69, en que se pasó a vivir Julián  Martínez al lado de mi casa, el chico que le daría un giro a mi aburrida vida. A los catorce años, mamá nunca me dejaba salir con muchachos, en realidad, no me dejaba salir a ninguna parte. Me tenía en clases de piano, pintura y me había metido a un grupo de costura que odiaba, siempre era lleno de viejitas. No podía usar las faldas y los vestidos más arriba de las rodillas, ni blusas escotadas; decía que era pecado mostrar más de lo debido a los hombres.

A veces, cuando mamá ya estaba dormida, salía a la terraza sigilosamente, me trepaba por un pequeño muro que daba a la terraza de Julián, y me encontraba con él en secreto. Charlábamos horas y horas, jugábamos cartas y veíamos las estrellas, mientras él me comentaba las maravillas del mundo que yo desconocía. Seguimos viéndonos en secreto por muchas noches, hasta que un día, repentinamente nos besamos. Mil sentimientos comenzaron a revolverme el estomago, no podía dejar de pensar en él, quería verlo a todas horas. Mamá se había dado cuenta de mi extraño comportamiento, me interrogaba todo el tiempo pero yo era callada como una tumba.


Me arreglaba más de lo habitual cuando íbamos a misa los domingos, Julián siempre iba con sus padres y se sentaba cerca a mí. Cuando era el momento de la paz, aprovechábamos para pasarnos cartas que yo guardaba como tesoros, en una cajita de galletas que escondía al fondo del armario. Pero una noche, mamá se quedó despierta, y al escuchar mi puerta abrirse, decidió seguirme tras las sombras. Nos pillo cuando nos estábamos besando apasionadamente, pegó un grito tan fuerte que retumbo por todo el cielo. Desde esa noche no volví a ver a Julián por mucho tiempo. Les había dicho a sus padres que él estaba abusando de mí, y que no quería que me robara la virginidad antes de tiempo. Ella tenía importantes planes para mí, debía conservarme pura, así que decidió enviarme a un colegio internado de religiosas en la capital. Fueron los peores tres años de mi vida.  

Mamá tenía un secreto que solo yo conocía, un oscuro pecado que no la dejaba vivir en paz, por eso quería que yo fuera perfecta para que no cometiera sus mismos errores. Durante el tiempo que estuve en el internado, me estuvieron preparando para volverme monja mientras aprendía física, español y Matemáticas. Pasaba el tiempo solitariamente, no me relacionaba mucho con las demás jóvenes, eran tan diferentes a mí, al parecer ya les había lavado el cerebro. Comencé a refugiarme en los libros, desde que descubrí una antigua biblioteca en el ala norte del internado. Eso de ser religiosa no era para mí, yo quería conocer el mundo, ir a bailar, divertirme con amigos, pero sobre todo, quería volver a ver a Julián. ¡Oh, cuanto lo extrañaba!  

Fue cuando acabe el bachillerato que pude volver a casa para ver a mi madre. Había cambiado tanto desde entonces, ya no era la chiquilla que se dejaba reprimir por mamá, ahora era toda una señorita y Julián, un hombre alto, acuerpado y buen mozo. Al principio no me reconoció de lejos, pero luego, al verme más de cerca, su mirada saltó de alegría.  Quería correr a abrazarlo pero mamá como siempre se interponía en nuestro camino.  Había sellado con candado la puerta de la terraza para que no pudiera salir a encontrarme con él, pero eso no me impediría estar con el de nuevo.

Después de tener una fuerte discusión con mamá, y decirle que no controlaría más mi vida, me escape un fin de semana con Julián para la finca de uno de sus amigos. Fueron los mejores días de mi vida junto a él. Recordamos viejos tiempos y confesamos nuestro amor, bajo la sombra de un gran samán. Desde ese día, nos prometimos que nada nos volvería a separar. Al regresar, mamá estaba furiosa, quería enviarme al noviciado de inmediato, fue entonces cuando le confesé lo que sentía por Julián y que no quería volverme religiosa.

Mi madre resignada, a pesar de que estuvo muchos días encerrada, después de reflexionar y orar días enteros, en total ayuno a Dios, termino dándome la bendición y la aprobación para que se realizara la boda. Tal vez no habría podido saldar su pecado conmigo, pero se había puesto tan contenta de verme en el altar, con el vestido blanco que ella nunca pudo usar.      
         

La Pintura

Y se la pasaba toda la tarde mirando aquella pintura.Cada vez que lo iba a visitar, cada domingo, encontraba a mi abuelo sentado en la misma mecedora, observando el cuadro que estaba colgado en la pared de la sala.¿Que tenia la pintura de especial?, nada. Un lienzo con una vegetación espesa,una muchacha de rostro sonrojado y un perro, componían el cuadro que el abuelo Joaquín no le quitaba la vista. A mi me parecía un montón de manchas y trazos mal hechos.

Su locura comenzó desde que la abuela Rosa había muerto.El abuelo no había sido el mismo desde que había colgado ese cuadro. Llegó la noche, y el viejo  por fin se paró de su mecedora. Yo curiosa me senté en su puesto, y sentí en ese momento como el cuarto se volvió chiquito. Mi cuerpo no se podía mover, como si estuviera pegada en la mecedora, mi vista, se puso fija en la pintura. Mis ojos no lo creían, la joven de la pintura se movía, jugaba con el perro, se sonreía y me observaba. Pase en ese estado largo tiempo, o eso fue lo que creí, cuando en realidad no había pasado ni un minuto en el reloj de la sala. 

Fue cuando la mujer se salió del cuadro que me asusté. Estuvo tan cerca mio, que pude ver bien su rostro. No me lo creía,era la abuela en su juventud. La había reconocido por el lunar de su mejilla. Entonces, quise tocar su mano, pero cuando me acerqué, se desvaneció de mi vista. Reaccioné, salí del trance que la pintura me había inducido. Todo mi cuerpo temblaba,sentía un escalofrió inexplicable.